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La inmortalidad de Umberto Eco

Publicado: 2016-03-09


No es del todo cierto que el sentimiento de inmortalidad habite entre díscolos que se creen magnánimos o entre dictadores que juegan a ser dioses. Este sentimiento habita en las mayorías. Y no es que sea del todo bueno. Al contrario, frisa con lo seriamente temible. Pero ni modo, como hombres estamos tentados a querer eludir tanta mortandad. He allí, a Sócrates tentado a la inmortalidad por sus discípulos. ¿Y no fue que a causa de su fe —y esta no es sino la oposición a todo determinismo, incluyendo la mortalidad— la que animó a los apóstoles a seguir el camino de inmortalidad de Jesús?

Además de golpearnos, la noticia de la muerte de Umberto Eco ha despertado sentimientos compartidos de inmortalidad para con él. No es para menos, gigantes como Eco son insustituibles. Pensadores como él, nos hacen recuperar la fe en un futuro diferente por cuanto deba construirse y no porque simplemente ‘cambiará’; azuzadores de la duda y la inconformidad filosófica, como Eco, nos salvan de circular en pleonasmos.

Por eso, este filósofo y escritor italiano estará siempre entre quienes encabecen la lista de los pensadores inmortales. De aguda lógica y de gran precisión en el manejo conceptual, Eco, supo filosofar con sagacidad y cuestionar lo incuestionable. En él, era inevitable la erudición cuando ejercía la función intelectual (“que aprendan a pensar difícil”, le decía al Cardenal Martini, cuando ambos debatían acerca de “lo que creían los que no creían en Dios”). No era una pose, pues sabía impregnar sus ensayos, cuando el caso lo requería, con altas dosis de ubicaína social. Lo que pasa es que Eco le había declarado la guerra a la espectacularización de la cultura, de allí que con su fina ironía y envidiable retórica, se embarcó en la tarea quijotesca de desarmar los molinos del pensamiento único; inmejorable manera de ser-para-morir.


Escrito por

José William

Docente de filosofía, psicología y ciencias sociales.


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