No toda barbarie es de una misma estatura. La de los bárbaros que rodeaban el Imperio Romano, emergía como respuesta inmunológica del otro civilizado. Lo bárbaro en ellos, no era necedad o estupidez. Era orgullo y resistencia, junto a otros apetitos despertados por la amenaza del dominante imperio. Estos y otros bárbaros han sido desfavorecidos por la historia, pues esta, como casi siempre ocurre, terminan calzándola en el pie de los que ganan, en procura que todo lo contado, contenga apenas centavos de verdad.

De otro lado, barbarie se utiliza en la clásica mirada arqueológica para oponerla al tiempo de la civilización, cuyo origen radica en el surgimiento de grandes ciudades de complejas construcciones, las que a su vez dependían de mayor nivel de organización, distinguiéndolas de las sociedades tribales.

Pero hay otra barbarie que Porras Barrenechea la asoció al silencio, a la esclavitud del espíritu, mientras que su opuesta, la civilización era consecuencia de la razón, de aquella resistencia que se funda en lo más elemental de lo irrenunciable: los derechos. Barbarie o civilización son una opción de las mayorías que deciden, o no, vivir en la edad de la razón y los derechos.

Situándonos en esta tercera estación, hacer apología del servilismo, o sea, promover una cultura de bárbaros o timados silencios, censurando las libertades para no incomodar a los poderes, sería el peor de los contrasentidos. Y esto es justamente lo que ha ocurrido con la muestra artística del reconocido Álvaro Portales, a quien las autoridades regionales, bajo argumentos nada sólidos, han censurado su arte, prohibiendo que presente su gráfica cruda y veraz en la Casa de la Identidad de la Capital de la cultura. La censura es la hija mimada de la barbarie. De allí a los palos y piedras, estamos a un paso. Y esto lo saben muy bien los señores del siervo albedrío.